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Nuevas rutas de cooperación para América Latina

  • Foto del escritor: Nicole  Montenegro
    Nicole Montenegro
  • 2 may
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 15 may

China, el repliegue de EE. UU. y el rol clave de la sociedad civil


En el contexto de una economía global con fuertes tensiones geopolíticas, crisis climáticas y transformaciones económicas, América Latina enfrenta una decisión histórica: continuar bajo el modelo tradicional de cooperación internacional liderado por Estados Unidos, ahora en retirada, o explorar caminos alternativos que promuevan la autonomía, la sostenibilidad y la participación local. En este nuevo tablero, China se ha convertido en un actor central, no solo como socio comercial, sino como financiador, aliado técnico y motor de una cooperación con potencial transformador para los territorios.

La relación entre China y América Latina ha tomado un nuevo impulso con una intensidad y alcance que no se había visto en décadas, respaldada por un comercio bilateral que superó los 450 mil millones de dólares en 2022 según datos de la CEPAL. Esta cooperación, que abarca múltiples dimensiones como comercio bilateral, inversión en infraestructura, intercambio educativo, cooperación técnica, innovación tecnológica y salud pública, ha generado un ecosistema dinámico de colaboración entre ambas regiones.


El giro multipolar: más allá del comercio


Durante las últimas dos décadas, China ha fortalecido su vínculo con América Latina de manera acelerada. Solo entre 2005 y 2023, comprometió más de 140 mil millones de dólares en financiamiento a la región, destinados principalmente a infraestructura, energía y transporte. Pero la relación no se ha limitado a lo económico: ha crecido la cooperación técnica, el intercambio educativo, la transferencia de conocimiento y la colaboración científica. Con frecuencia, se han generado oportunidades que trascienden al Estado, permitiendo que asociaciones comunitarias y cooperativas, universidades de la región e iniciativas de emprendimiento social encuentren plataformas para una participación activa dentro de este renovado esquema de desarrollo.


En contraste, la ayuda oficial al desarrollo de Estados Unidos, históricamente canalizada a través de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), atraviesa un proceso de desmantelamiento institucional. Reducción de personal, congelamiento de fondos y mayor control político han debilitado su capacidad de respuesta en sectores clave como salud, educación y desarrollo rural. Esto ha dejado un vacío que China ha ocupado con velocidad, pero también con una lógica distinta: menos condicionalidad, más pragmatismo y mayor respeto a las prioridades locales.


¿Una nueva inversión de impacto?


Aunque China no utiliza habitualmente el lenguaje de “inversión de impacto” o “finanzas innovadoras”, su enfoque se ha alineado con esos principios en la práctica. Existen numerosos ejemplos de infraestructura financiada con criterios sociales: carreteras que conecten comunidades excluidas, sistemas de agua potable en zonas rurales, electrificación en territorios sin cobertura, y centros logísticos que fortalecen cadenas de valor agrícolas o pesqueras. Estos proyectos no solo generan impacto económico; también abren oportunidades para que organizaciones sociales se integren como proveedoras, beneficiarias o aliadas técnicas.


Además, empiezan a surgir experiencias de cofinanciamiento con bancos multilaterales como el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lo que permite combinar capital chino con recursos filantrópicos, inversión pública y participación del sector privado. Este ecosistema, si se fortalece, podría convertirse en una plataforma potente para escalar iniciativas comunitarias, promover modelos híbridos y canalizar más recursos hacia soluciones de impacto real en los territorios.


Emprendimientos, OSC y comunidades:

actores centrales


Uno de los elementos más interesantes del modelo chino es su flexibilidad. A diferencia de otros donantes, no impone condiciones políticas ni exige replicar modelos específicos. Esto permite que las prioridades locales guíen los proyectos, incluyendo elementos culturales, enfoques de género, visión indígena o metodologías participativas.


En este contexto, muchas organizaciones han logrado acceder a formación técnica, becas y cooperación científica, especialmente en sectores como agroecología, medicina tradicional, energía limpia o gobernanza digital. También ha crecido la posibilidad de exportar productos a mercados asiáticos, incluyendo alimentos, textiles artesanales y productos pesqueros sostenibles. Este tipo de apertura es especialmente valiosa para cooperativas, emprendimientos de mujeres, asociaciones campesinas o redes juveniles que buscan sostenibilidad sin perder su identidad territorial.


De la competencia geopolítica a la autonomía regional


A nivel estratégico, este nuevo escenario también ha sido leído por gobiernos como los de Brasil o Chile como una oportunidad para fortalecer la autonomía regional. El presidente Lula da Silva ha sido enfático en la necesidad de comerciar y cooperar tanto con China como con Estados Unidos, sin subordinación a ninguna potencia. En la reciente cumbre de los países BRICS, se discutió incluso la posibilidad de transar en monedas locales y reducir la dependencia del dólar, como parte de una arquitectura financiera más equitativa para el sur global.


Este giro multipolar puede traducirse en una ventaja para América Latina, siempre y cuando los actores territoriales —sociedad civil, sector social, academia, juventudes— asuman un rol activo. Las reglas del juego están cambiando, y quienes mejor se adapten podrán canalizar más recursos, incidir en la toma de decisiones y posicionar sus agendas transformadoras.


¿Qué implica esto para el ecosistema de impacto latinoamericano?


En este nuevo marco, desde Innpactia invitamos a todas las organizaciones del ecosistema a prepararse para aprovechar estas oportunidades. Esto implica:

  • Estar informadas sobre los canales de financiamiento y cooperación China–Latinoamérica.

  • Diseñar proyectos que combinen impacto social y viabilidad económica.

  • Fortalecer capacidades técnicas y financieras para negociar con nuevos actores.

  • Tejer alianzas multiactor para escalar soluciones desde lo local hacia lo global.


La cooperación internacional ya no es lo que era. Hoy está en juego algo más profundo: quién define las prioridades del desarrollo, quién participa en su implementación, y cómo se distribuyen sus beneficios. Las organizaciones sociales tienen una oportunidad única de dejar de ser receptoras pasivas para convertirse en co-creadoras de futuro.


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